Memorias de mujer, aquellas que se plasman en la piel; aromas que te hacen soñar; miradas que te estimulan; voces que abren recuerdos; sabores que te hacen sentir viva…
Mi historia no sabe de silencios,
sino de escritura cursiva
corriendo en su piel,
trazos que saben de desnudos,
de danzas lascivas,
de fantasías fértiles,
de reglas que se rompen pero que acarician,
de olores escribiendo su nombre.
Mi historia sabe de versos,
de cadencias,
de bocas abiertas
y ojos cerrados,
de disposición de cuerpos
que se unen,
de acentos que apilan sentimientos,
de espasmos compartidos.
Mi historia sabe de ritmos,
de modelar su figura con delicadeza,
de clavar mi ímpetu en su ser,
mi historia sabe de mi hombre,
mi poesía.
Tomado de https://silenciosdormidos.files.wordpress.com/2011/04/abrazados.png
Más pudo la curiosidad en aquella mujer de capa roja y nuevamente se adentró hacia la espesura del bosque, ahora no se perdió entre las matas, ella iba consciente a retar a aquel lobo que la tuvo cautiva hace algún tiempo, la envolvió ese conocido olor a lavanda, indicio de que esa bestia estaba cerca, sintió un nudo en el estómago, señal de inquietud, de ansias. De pronto, él la apretó contra su cuerpo, se encendió nuevamente la atracción que ella creía haberse apagado, ya había pasado tiempo que no lo veía, ella debajo de él lo contemplaba y empezó la lucha, entre dientes descubría sus deseos, el lobuno tomaba aire de golpe como si estuviera ahogándose, secreciones cubrían su cuerpo, el aspecto frágil de él que le llamaba la atención a esta mujer se había ido, aquella bestia estaba implacable , giraron aquellos cuerpos, ahora sus garras en los glúteos de ella le clavaban la carne ; sin embargo, no la lastimaban, él reclamaba esa piel , quería fundirla con la suya, ella se estiraba y contraía, el furor desbordó a ambos, eran piezas perfectas que se acoplaban, ella se envolvió de placer momentáneo, tal vez pensó sentir la magia de antes… Pero cuando aquella lid terminó el silencio se apoderó de aquel bosque, él se quedó sentado ensimismado en su pensamientos e intereses, mientras que ella quiso capturar la calidez de ese encuentro pero no lo halló, pues solo sintió frialdad al rozar sus labios… El lugar ya no le pareció encantador y se apoderó de ella el vacío, sentía que había estado con otro y no con aquel lobo de besos intensos de anteriores acercamientos, la humedad se esparcía en su rostro, caminó rápidamente para salir de ese bosque que ya no la acogía… En casa, se limpió aquellos ojos húmedos, botó su ropa y aquella capa roja a la basura, se vistió de ella, se miró al espejo y dijo es hora de ser feliz, me lo merezco.
Y así lo hizo por varios meses, intentó ser feliz, se olvidó de su capa roja y de ese lobo que tanta inquietud e inestabilidad le creó, y pudo ya no ver lobos sino personas, y una especialmente la encandiló, a pesar de su aparente frialdad, pues ella escuchaba su alma cuando se expresaba emocionado, cuando miraba hacia arriba con esos ojos enormes, cuando a pesar de su aparente seguridad expresaba lo contrario… Ella se detenía a escuchar su respiración y sentía música, descubrió con él nuevas sensaciones que la llenaban de placer; sin embargo, no era correspondida, la impasibilidad penetró su corazón, su piel no era la misma, nuevamente aparecieron esas cicatrices que tanto le costó borrar, dentro de ella emergía una particular, una de color bermellón, rojo vivo como su alma, como su esencia, así pudo darse cuenta que ella siempre fue la de la capa roja, la lobera.
La belleza en el hombre reside en su mirada, aquella que estimula el instinto de una mujer; en sus besos, que la transforman en calor vivaz.
La belleza en el hombre se encuentra en aquel pecho tapizado y acogedor, suave lecho para la mujer.
La belleza en el hombre se basa en sus brazos, no importa si son musculosos o delgados, sino que pueda rodear a la mujer con vigor y ternura.
La belleza en el hombre se halla en el movimiento de su cintura, en saber llevar a la mujer al son de sus impulsos.
La belleza en el hombre radica en sus manos, en la capacidad de modelar la figura de la mujer con delicadeza, reconocer sus montes, curvas, aristas y provocar placer.
La belleza en el hombre reside en sus piernas, no importa su forma, pero sí que posean fuerza y vigor para galopar las sombras de una mujer
El hombre bello es aquel capaz de despertar con sagacidad e inteligencia el amor de una mujer y sumergirla en gozo, porque la siente, la descifra y la aprehende con intensidad.
Imagen tomada de http://1.bp.blogspot.com/_gmfpHjh2jYs/SfRxvSp1rwI/AAAAAAAAADs/RrzCPwBd5DQ/S660/LEO+JIMENEZ+(90).bmp